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Francis Bacon

domingo, 20 de marzo de 2011

El Metro de Madrid: Entre Laberintos y Túneles del Tiempo

“Te llevamos por dentro”
Slogan de la campaña de sensibización
Metro de Madrid



Por: Kristina Velfu
El Metro, estómago caliente de la Ciudad de Madrid, que vomita tumultos en la estación de Sol y Gran Vía, ha servido para dar refugio en el invierno a los sin techo, para dar espacio a los sin tiempo, e incluso alguna vez fue trinchera para salvaguardar a los inocentes en la Guerra Civil.
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La Ciudad Por Dentro




Desde muy temprano y hasta entrada la noche. De lado a lado de la gran Ciudad: desde Vallecas hasta Mar de Cristal y de Cuatro Vientos a El Capricho, se cruzan los destinos de miles de personas que llevan en el rostro la conciencia de que pronto llegarán.

Otros se meten en sus entrañas para pasar de prisa y evitar el rojo del semáforo, los cruces peatonales o cualquier conflicto vial.

A pesar de las tantas cosas que pasan por su mente, pocos son los que se detienen a imaginar ¿Cuántas personas dejaron su vida en la construcción de los andenes?, ¿cuántos otros soñaron con la conexión de la Ciudad de polo a polo?, ¿cuántos más viajan de su casa a sus trabajos a diario?, ¿Cuán diferentes son dos usuario sentados en asientos contiguos?, ¿En cuántos idiomás se habla en uno sólo de sus vagones?, ¿cuántas manos pasan por esos tubos? y ¿cuántas ráfagas de estornudos se cruzan entre sí y quedan anidadas en pulmones ajenos?...

Unos lloran mientras otros rien. Unos sufren mientras pocos son los que dan conciertos de clarinete aprovechando la resonancia de los pasillos, conciertos que no cuesta más que la voluntad de echar una moneda en el sombrero o bien ponerla en la mano del artista urbano pero… ¿si fue él quien estornudó?.

“Qué importa si lo que contamina es el dinero” publica el periódico que bajo el brazo lleva el hombre de larga sonrisa y mirada perdida en los recuerdos de aquella canción. Un sin fin de historias que contar se mezclan entre sus arrugas y la luz ténue de sus ojos azules, mientras alguien más le cede el asiento que él acepta a regañadientes al hacerle, con este acto, evidente su edad.

El Metro, estómago caliente de la Ciudad, que vomita tumultos en la estación de Sol y Gran Vía, ha servido para dar refugio en el invierno a los sin techo, para dar espacio a los sin tiempo, e incluso alguna vez fue trinchera para salvaguardar a los inocentes en la Guerra Civil.

Pero como el mar y la marea, existen horas en las que ríos de gente desbordan los pasillos. Cada uno pelea por su propio espacio, por un recoveco en las escaleras para salir a la superficie, como si el aire se les escapara, casi asfixiados por el tiempo. Parece una competencia entre los que suben y los que intentan llegar al vagón, la guerra de los codos en pleno apogeo. Cuidado de aquel que vaya distraido o incluso intente señalar alguna pintura en la pared del andén, porque el de atrás, sin quererlo quizá, le insertará el antebrazo y le sacará el aire para abrirse camino “El Metro es el modo más útil y rápido para llegar a mi trabajo, hay horarios tranquilos y de pronto se encuentran varios asientos vacíos, éste año ya subió 30 céntimos el abono de diez viajes, pero aún así es lo más práctico para muchos”, dice Don Claudio Constanzo, quien lleva muchos años como compañero de este transporte colectivo.

El usuario Carlos Villanueva, quien viaja impregnado de humo de las castañas asadas y con una gabardina que le estorba ante la envolvente calefacción, dice que desde hace varios días toma la misma ruta debido a la avería de su auto, pero solo será por el tiempo que decida el mecánico; después la gabardina seguirá oliendo a café, “El problema llega cuando es hora punta porque no cabe un alfiler,a la hora de bajada en una estación que haga conexión, ¡hay veces que debes empujar y que va!, la cosa se pone difícil”.

Lo mejor sucede cuando se miden cara a cara los que salen contra los que entran, casi siempre este momento de climax sucede en completo órden y cuando no siempre hay alguien que dice: “hombre que primero deje que salgamos y luego ya intenten entrar, ¡escuchó bien!, salir y luego entrar”. Nunca falta quien defienda a una dulce dama de un par de señoras de origen oriental que entran a empujones con su completo manejo en las artes marciales.

Para muchos es una biblioteca, un locutorio, una galería de arte y hasta una sala de televisión. Tiene voz propia, a veces femenina y a veces másculina que anuncia, con oportunidad, la próxima estación: “estación Legazpi, estación en curva, tengan cuidado de no introducir el pie entre coche y andén”. En el Metro “no pasa un dia sin poesía” y se puede conocer mejor las pinturas de Velázquez.
En este sitio hay cientos de correspondencias tanto de líneas como de miradas. Se va de extremo a extremo en la ciudad de Madrid y en las conductas humanas: lo mismo se observa a un niño juguetear, que a un hombre lanzarse a las vías. El acto heróico de un guardia salvando una vida, como un ladronzuelo robando carteras.
Es un espacio acústico para los músicos, un mercado cautivo para los comerciantes e involuntariamente lugar de encuentro para distantes culturas y religiones. No hay nacionalidad ni rasgos étnicos predominantes. Ni siquiera los ibéricos.

El Metro de Madrid es un espacio multicultural. Lo mismo se ve una burca que un hábito, un ario que un asiático y un pakistaní que un colombiano. Se puede apreciar en él, de un solo vistazo la diversidad del mundo: en un solo vagón se miran asiáticos, latinos, italianos, árabes, africanos, americanos y desde luego españoles.
Asi es el Metro. Tan profundo como el amor entre dos jóvenes que esperan el mismo tiempo y espacio para intercambiar miradas. Tan perverso como los pasillos solitarios y obscuros, fuente de impunidad y de recursos primarios para ladrones. Tan seguro como parte infaltable de una rutina entre el desayuno y el trabajo. Tan útil como un euro en el suelo encontrado por alguien que se gana la vida en su interior.

Madrid y su Metro caminan juntos. Unos van por tierra y otros debajo de ella pero existe un momento en que se mezclan entre sí, gracias al amplio laberinto que recorre la Ciudad y le da salida y destino a miles de personas que se mueven si cesar.
El Metro de Madrid es una ciudad bajo tierra. Con sus reglas, sus plazas, sus cruces, sus vigilantes, sus sitios para comer, espacios para la diversión y el suficiente falso anonimato.
Siempre hay una flecha, una identificación, un mapa o una persona que pueda ayudar para llegar al destino indicado.

La magnitud del Metro y los puntos neurálgicos a los que llega, están estrictamente relacionados con la aparición de “ciudades dormitorio” sitios que la fuerza de trabajo madrileña visita por las noches sólo para dormir, hay quien llega al Metro antes del amanecer y toma el Metro en la obscuridad para ir a su casa, para ellos siempre es de noche.

El desarrollo del Metro esta intimamente ligado al desarrollo de la Ciudad que se extendió y evolucionó en la superficie. Conecta distancias, une barrios y da capacidad de movimiento a todo aquel que se encuentra en Madrid.

El Metro refleja la vocación de su ciudad: Madrid, la Gran ciudad, que se erige como una urbe cosmopolita, vanguardista, moderna e incluyente.


Los hombres del Metro

A mitad de camino entre el infierno y el cielo...yo me bajo en Atocha, yo me quedo en Madrid.
Fragmento de Yo me bajo en Atocha, Joaquín Sabina


Desde 1919 el Metro de Madrid engarza mil y un historias. Algunas tristes, otras románticas, pero todas ellas tan humanas que aún sin haber estado presentes, se pueden sentir y escuchar.
El personal de taquilla, siempre tan diligente, atiende a todo el que pasa por ahí. Ellos son la primer cara del Metro. Los receptores de las quejas, los malos humores y las tristezas de los transeuntes. Quizá los de afuera no se percatan de los sentimientos de los que están adentro.
La música suena y con el viento que corre en los inteminables pasillos y las múltimples escaleras, se repite y se transforma.
Historias que se cuentan entre los hombres y mujeres del Metro, cuentos y cuentos que terminan siendo leyenda. Leyendas de los que en un arranque de desesperación se arrojan a las vías y otros que han muerto por cumplir con su deber, como es el caso de un supervisor que al bajar a las vías para revisar los controles en un túnel, queda expuesto al paso de un comboy y es arrollado. Se dice que todas las noches, en las frias épocas de invierno, se escuchan sus pasos y el entonar una melodía que silba. Los que lo escuchan saben que es él y que su espíritu sigue vigilante.
Un conductor, relata la historia de un jóven que al escuchar la llegada del largo tren, se arroja a las vías y su madre en su angustia, corre por el andén suplicandole que regrese. No hay nada que hacer, irremediablemente es atropellado por el Metro. El también joven conductor aún no supera el suceso, él cuenta que nunca podrá olvidar la cara del muchacho al estrellarse en el parabrisas. Su madre relata después, ante las autoridades, que regresaban de la Catedral de la Almudena, dónde el jóven juró no volver a consumir drogas. Fue todo inútil quizá se sabía incapaz de soportar la ausencia de los henerbantes.
Como esta historia hay muchas, en las que como un milagro se han salvado los que dicen usar el Metro como arma y otros que por su infortunio perdieron la vida.
Hace algunos años, dos ó tres, cuenta un empleado de la taquilla, “en esta estación una chica de escasos dieciocho años, quiso alcanzar el vagón que pasaba, corrió por la escalera. Llevaba un regalo de navidad en los brazos. De pronto se cerraron las puertas y chocó bruscamente con ellas. Por el golpe recibido salió disparada contra la pared del pasillo, y ahí quedó inerte. Su madre, al identificar su cadaver gritaba desesperada que su esposo, quien acababa de morir, se la había llevado porque no podía estar sin su hija…
Su enamorado la esperó durante en otra estación a la que ella nunca llegó”.
Las instalaciones del Metro son con frecuencia refugio y albergue para muchos afligidos, e imagen del recuerdo para otros, que al escuchar una melodía o una canción evocan tierras lejanas y épocas pasadas, quizá mejores, quizá más tristes. Pero nada más humano que los hombres y las mujeres del Metro.

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