Inmensa, creciente, exorbitante, misteriosa y rotunda.
El lugar dónde convergen todos los destinos y en dónde uno cree que nuca encontraría alguien por casualidad en el metro. Esta ciudad que finje mantenernos en el anonimato de las masas. En la que puedes andar sin explicar de donde vienes. En la que nadie te observa. Por la que todos transitan. Y en la que todos te acechan.
La Ciudad de México, inconquistable, desconocida, lejana. Aquí en dónde el tiempo se mide de otra forma y transcurre a distintas velocidades. En la que todos tenemos prisa y vamos 10 minutos tarde. Aquí donde incluso, de manera perfecta, coexiste el pasado, el presente y el destiempo.
La ciudad más grande del mundo, la más poblada, la más compleja, la más completa. La Ciudad que intimida desde el cielo, que amenaza bajo la tierra y que crece hacia todas dimensiones; la que nunca duerme, ni nunca calla, la que olvida con facilidad y enamora de todas las formas posibles.
No se pareca a ninguna otra. No es ni romántica, ni hieratica, ni nostálgica, sino todas a la vez.
Es absolutamente irrepetible y maravillosa. Magna. Secreta.
En la Ciudad de México, hay lugar para todos y los milagros ocurren en cada esquina.
Esta ciudad es hogar para quien se atreva a conquistarla. Y su mayor paradoja es que siempre, no importa cuantos años hayas pasado en ella, podrás salir un fin de semana a caminar sus calles y volverte extranjero. La gente que aquí habita se tienen miedo entre sí pero se hablan, sin conocerse, como si fuesen viejos amigos.
Aunque la cotidianidad de la rutina maquilla el palpitar de sus fulgores, siempre encuentra una nueva manera de sorprenderte.
****
En el corazón del "monstruo", en las calles con olor a tiempo mezclado y garnacha de maíz, donde puedes escuchar todos los sonidos de la urbe de una sola vez, el silvido del metro, la voz de los vendedores que ofrecen softwares para piratearse internet, la conversación de una familia que pasea, el claxon de los cientos de autos que buscan su lugar, música guapachosa que anuncia baratas entre mezclada con el silindrero... Justo en el centro, en el Centro Historico habitado por intelectuales, artistas, ancianos, comeciantes, locos y perdidos, existe un lugar que aveces está y otras veces desaparece: CABUNA.
Una posada en la que puedes comer, beber, hablar y sobre todo mirar desde el cuarto piso el insesante movimiento de la urbe que nunca para.
CABUNA, el paladar de las hormigas, es un lugar de complicidades al que sólo se accede con invitación, buenos motivos y sin prejuicios. Se trata de un restaurante clandestino que apuesta a la idea liberalista de la "confianza del hombre en el hombre", la cordialidad y calidez entre desconocidos. Más que un sitio, es un momento en el que los destinos y las pistas, convergen para bien comer.
En Cabuna probé el arroz dulce y tomé café vienés mejor que el de Viena. En Cabuna olvidé porqué estaba triste y tuve la edad universal. Cabuna fue una buena manera de decir hasta luego a una de mis mejores cómplices y también de reencontrarme con la Ciudad de México.
La pista llegó a mí desde la frontera más transitada del mundo: Tijuana, fue buscada durante largos meses y resuelta en el mejor momento, justo para compatir con una viajera próxima el placer de esta ciudad a la que siempre se tiene que volver.
El viaje subterráneo duró lo suficiente como para ponernos al tanto de nuestras vidas y cruzarnos con los chinos estadísticos.
El mapa dibujado en un papel, fue suficiente para dar con el estrecho edificio, lleno de timbres, en el que una chica rubia, delgada y sonriente nos recibió como parte de la familia. Todo, desde el principio tuvo un toque absurdo...
CONTINUARÁ...
3 comentarios:
MÁGIA!
gracias Velfu :)
Cabuna asi se llama el lugar magico y misterioso!! Habra que ir y de postre a los churros del Moro
yo quiero or tmb :D
Publicar un comentario