Adanowsky es seductor, atractivo, misterioso y deseable. Con su metro ochenta de estatura y complexión absolutamente proporcionada, la pinta de dandy trasnochado y friki bisexual que a veces se ve en sus fotografías, en vivo se esfuma por completo. Adanowsky es sexy. Deliciosamente sexy.
Sus canciones sublimes y su voz de dulce exclaman frases con la sensibilidad exacta. Ni cursis, ni vacías. Cada una muy distinta a las demás. Rítmicas, obscuras, místicas y mágicas. Todas con el hechicero poder de generar atmósferas.
Las composiciones, la mayor parte de su autoría, son traducciones trascendentales para almas románticas y en cuerpos racionales.
El concierto que ofreció en Casa de América como cierre del Festival Viva la Canción fue íntimo, cálido y de muy alta calidad. Adanowsky es de esos artistas que llenan los espacios y cantan con la mísma fuerza para auditorios grandes que pequeños, para viejos fans que para fans ajenos.
Se nota su amplio conocimiento musical. Es posible que el rumor de que George Harrison le haya enseñado sus primeros acordes sea verdadero.
Adanowsky es un chico con mágia y con fuerza universal.
No cabe duda que la máxima creación de un padre son sus hijos y Jodorowsky lo ha hecho muy bien.
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